Un suceso sacude la ciudad. Una tragedia que se comunica a través de susurros, de signos oscuros, de gestos misteriosos. Los periódicos callan o disfrazan los hechos. Las autoridades civiles y religiosas se esfuerzan en disimular.Estamos a mediados de los años cincuenta, y la autora, encarnada ahora en la adolescente que fue niña en su primera novela, La gata con alas (Alfaguara, 1992) cuenta la historia con un comedido sentido del humor, desde un ensimismamiento permanente que funciona con impecable eficacia, desde la perplejidad de todos los despertares, incluido el del sexo. Por eso, porque el personaje ilumina la grisura de una época y redondea todas las aristas, Regiones Devastadas no es, pese a su título, una novela triste y miserable.La realidad grotesca de aquellos años puebla el relato de gatas que revolotean por él con absoluta naturalidad. Este y otros puntos de absurdo, muy bien ensamblados con la verdad recordada.Regiones devastadas, escrita en un lenguaje plagado de atinadas sorpresas, y compuesta en un estilo narrativo que recoge, como raras veces se ha logrado, la mirada nueva de una persona inocente y perpleja, viene a confirmar el talento literario que Enriqueta Antolín ya demostró en su primera novela.