Con frecuencia se considera que la llamada desconstrucción y la filosofía de Derrida en conjunto constituyen una forma de pensamiento esencialmente negativa, crítica, incluso pretendidamente demoledora frente al racionalismo filosófico occidental, en general, o griego, y en su configuración moderna, o ilustrada. De ahí las habituales y fáciles -perezosas- críticas a esta filosofía como una nueva figura, postheideggeriano. Ahora bien, es muy otro el deseo, el gesto y la fuerza de la desconstrucción. Ciertamente toda una dimensión de ésta trabaja en la dirección de desestructurar y dislocar el sistema de oposiciones conceptuales derivado de la idea metafísica (pero la metafísica no es un bloque unitario) de la verdad como presencia del significado o de la cosa a un espíritu o a una consciencia. En este sentido la desconstrucción produce sistemáticamente inseguridad en aquello que la filosofía acepta o requiere como lo más seguro (lo cual se le hace pagar caro por parte de los afectados). Pero su deseo y su fuerza no están en el sentido de un destrucción de la filosofía y de la búsqueda de la verdad. Es más bien que esta búsqueda obliga a situarse en los límites de la filosofía, o en sus fronteras: en lo que separa y una a la filosofía con lo que ésta ya no se puede "representar" en su código clásico, y en lo que la vincula a la situación trópica o "metafórica" de traducción y transferencia de unas lenguas a otras.
La introducción ha corrido a cargo de Patricio Peñalver, profesor titular de Filosofía en la Universidad de Murcia.