Educar implica, en gran medida, transgredir la flecha del tiempo y actuar a modo de contratiempo. Los profesores saben bien que, en numerosas ocasiones, para asegurar el éxito de su acción, deben a menudo "perder tiempo" dejándose paradójicamente llevar por él. El conocimiento del tiempo educativo nos introduce en el estudio de este peculiar contratiempo que, a diferencia del tiempo objetivo, predecible y cronométrico que sirve para racionalizar las actividades pedagógicas, permite a los educadores impedir que en educación el tiempo pase, se consuma sin más, fluya o simplemente suceda. De ahí que la autora plantee las relaciones tiempo y educación desde una perspectiva más integradora, incorporando para ello los múltiples tiempos que confluyen en la realidad educativa junto aquéllos que confieren legitimidad al proyecto educativo. La escuela ha venido recreando un modelo no normativo tiempo -básicamente predictivo y probabilístico- y ha aplicado una racionalidad ahistórica que dificulta la emergencia del sujeto al que se dirige y el modelo de sociedad hacia la que se proyecta. En la actualidad se plantea la necesidad de educar desde una nueva perspectiva ética que integre el tiempo como categoría normativa de acción. Educar hoy para mañana exigirá, en este sentido, atender a dos lógicas temporales: impregnar de historicidad la dimensión de sentido de todo proyecto educativo y planificar las acciones pedagógicas de acuerdo con una nueva tecnología temporal que incorpore la incertidumbre, la complejidad, la interdependencia y la sostenibilidad temporal.