A veces cae en nuestras manos un libro, por casualidad, y es justo lo que no sabíamos que necesitábamos. El día en que dejamos la tierra es ese libro: duro, repleto de los conmovedores mundos de una de las voces más cautivadoras y sensibles de la poesía puertorriqueña contemporánea. Sus páginas retratan despedidas y tragedias -las de todos, por virtud de la pulsación de nuestros vasos sanguíneos, por estar hechos de huesos y de carne, frágiles-, heridas individuales y colectivas pesando sobre nuestras espaldas diariamente. Un buen lector dijo una vez, no obstante, que ese tránsito poético en Iris Mónica Vargas no desemboca en el desgarramiento total, como sucede en Sylvia Plath o Alejandra Pizarnik, porque la muerte en ella no es un callejón final sino una vía por la cual se accede a, o de la cual se desprende, la vida. El día en que dejamos la tierra nos hechiza, sí, y si nos permitimos el viaje, nos prepara.