El asesino en serie más brutal de la historia de Argentina se hacía la ilusión de que realizarían una película basada en su vida, dirigida por Quentin Tarantino y protagonizada por Leonardo DiCaprio. Su caso, como tantos otros tratados en Los impostores, muestra una descomunal necesidad de reconocimiento. Estas extrañas y aberrantes formas de hacerse visible ante los demás surgen en un momento en que las palabras parecen insuficientes para proporcionar la conciencia de tener un lugar en el mundo. La principal carencia de estas vidas tiene que ver con una merma en su facultad de hablantes. Su propio lenguaje se muestra limitado a la hora de dar un sentido a sus vidas. No pueden contar con las palabras para encontrarse a sí mismos ante los ojos de los demás. Víktor Skhlovski relaciona la pérdida en el uso pleno de la palabra con las dificultades para el reconocimiento: “Hablamos un miserable lenguaje de palabras no dichas a fondo. Nos miramos a la cara pero no nos vemos”. Por ello puede haber gente que necesite gritar en lugar de hablar, pegar en vez de acariciar. En palabras del colectivo Tiqqun: “Acaso la búsqueda de ‘sensaciones fuertes’ y de ‘vivir intensamente’ que parece ser la razón vital de tantos desesperados logra distraerlos de la tonalidad afectiva fundamental que les habita: el tedio”. En un mundo dominado por los hechos, este ensayo es un intento por recuperar la soberanía de la palabra. No es posible la libertad del hombre sin la previa libertad de sus palabras.