La ciudad de Stolberg (Renania) sirve de trasfondo a unos poemas que hablan de la vida de un hombre, de sus descreencias y entusiasmos, del barrunto de su propia muerte. Stolberg recoge el mundo interior de los primeros años de su autor en este sitio, un lugar que nada tiene que ver con él. Un rincón ajeno y gratuito pero que es capaz de contener el universo. Lo absoluto es visto aquí a través de lo sencillo y lo concreto: la alegría de la mañana, la fatiga del trabajo con su posterior liberación, la carrera por el monte, las palabras que se precipitan como dioses desde el cielo. Todo en un enclave de piedra, de vigas de madera, de ventanas torcidas al que el nuevo vecino se aferra. Sin saber por qué pero animado por una razón ex machina: la de que la vida no se explica, simplemente pasa.