Soñé que era un tigre es una declaración de insolente rebeldía ante el dolor de vivir. Dentro de la tradición lírica clásica, Samé Juzó defiende que la más alta valentía es la búsqueda de la belleza, como sublime y, ciertamente humilde, justificación de la vida. La belleza como sentido vital, como moralidad, trasluce en estas páginas una sabiduría, a veces irónica, contradictoria, tierna, melancólica, desmesurada, cínica incluso, sobre una multitud de experiencias humanas, afines a toda sociedad y todo tiempo. La esperanza como fuego, la muerte como anhelado destino, la vida como osada aventura, el amor como placentero abismo, el sufrimiento como gozo purificador, la lectura como vuelo… y el tigre, ¡oh el tigre!, como arquetipo del héroe, es decir: del ser humano.