Tan solo merecemos aquello por lo que estamos dispuestos a sacrificarlo todo. «Ocho míseros y deleznables segundos. Se tardaba más en apretar un gatillo y que la providencia decidiera si debía acertar o no la bala. Pero no había disparo ni ruido; solo ese tiempo, un instante. La única proporción que conocía la muerte. Ocho míseros y deleznables segundos, y una de las dos moriría. Ojalá me hubiesen enterrado antes de abrir aquella carta». Una novela de amor y de muerte, los filos opuestos de la espada que consume la vida. De romance y crimen, pues el asesino y el enamorado están unidos por la misma pasión. Un entresijo de historias cuyas palabras están condenadas a deshacerse, al igual que aquellos que las escribieron.