La ciencia social actual muestra un deseo impulsivo, persistente y angustioso de encontrar conocimientos prácticos que propicien un buen vivir en una sociedad justa y equitativa. Es un empeño que persiguió a la emergencia de las ciencias sociales en el siglo XIX, se agudizó en los movimientos investigadores de posguerra, y hoy está representado por las evaluaciones internacionales de los sistemas educativos y la formación profesional que marcan a los gobiernos el camino para modernizar la educación y facilitar una vida buena a las personas. Así lo expresa la relación entre la política y la investigación estadounidenses, donde las reformas se verifican con «pruebas empíricas científicas» sobre «lo que funciona».
El libro analiza la idea de conocimiento práctico y útil que históricamente ha ido cambiando con el tiempo, y su (re)visión en la investigación actual dedicada a la reforma educativa, la mejora de la instrucción, y la profesionalización. El estudio de la ciencia parte de diversas teorías sociales y culturales y de estudios históricos para comprender la política científica y el conocimiento científicos al servicio del cambio social y educativo.
Se espera de la investigación que pueda fomentar las condiciones sociales que propician una vida mejor y la formación de personas cuya conducta encarne las cualidades y características de esa «vida mejor»: el buen ciudadano, padre y madre o trabajador/a. Sin embargo, es una esperanza que siempre explicita las amenazas y a las poblaciones peligrosas que ponen en riesgo el futuro imaginado. Thomas Popkewitz analiza cómo la investigación destinada a corregir los males sociales paradójicamente está implicada en la inscripción de diferencias que, en los esfuerzos por incluir, provoca exclusión y abyección.