La palabra «retablo» nombraba la tabla principal que se ponía sobre un altar y que representaba escenas religiosas. No mucho después, «retablo» pasó a nombrar también el teatro de marionetas. Esta nueva forma de diversión fue traída por artistas ambulantes que recorrían plazas y calles, moviendo los muñecos por un alambre mientras cantaban el romance de la historia.
La afición al teatro nace de la lectura de buenos textos, de la asistencia frecuente a representaciones y muchas veces por la participación, como protagonistas, en los montajes de los grupos de aficionados que, cada día más, proliferan en escuelas, institutos y otro tipo de asociaciones. La edición que ahora presentamos nos da la oportunidad de leer dos piezas breves de Miguel de Cervantes –El retablo de las maravillas y El retablo de Maese Pedro– que elevaron a categoría de gran teatro el humilde y cómico entremés, y El retablillo de don Cristóbal de Federico García Lorca: renovación fresca y popular de las raíces del teatro mismo.
Quizá también anime a los más atrevidos a montar su propia representación.