Anna Ajmátova (Odesa, 1889/Moscú, 1966) es una de las más grandes poetas del siglo xx. Con sus amigos Osip Mandelstam y Boris Pasternak -y también Marina Tsvietáieva- Ajmátova forma parte de la Edad de Plata de la poesía rusa. Vivió la Revolución Rusa -en la que nunca creyó- y los años terribles de Stalin, pero nunca quiso marcharse de Rusia porque creía que su destino estaba unido al de su patria y su lengua. Su vida fue terrible: a su primer marido lo fusilaron, su hijo se pasó 12 años en los campos de trabajo de Siberia y su tercer marido murió en el Gulag. Durante año y medio, tuvo que hacer cola frente a la cárcel de las Cruces, en Leningrado, para enviar paquetes de ropa y comida a su hijo. Y además, nunca tuvo una casa propia (salvo una cabañita que le asignaron cuando tenía 65 años) y tuvo que vivir de prestado en sucios apartamentos comunales. Pero fue una mujer de una entereza admirable que jamás se dejó humillar ni se convirtió en delatora para salvar el pellejo. Cuando hacía cola en la cárcel, rodeada de mujeres destruidas por el dolor, una mujer le preguntó: «¿Puede usted contar esto?». «Puedo». Podría decirse que ese fue su lema vital.