El mismo aliento que te trae a escena termina por empujarte lejos del ruedo, hacia donde cae el precipicio del olvido. El viento de cola, que en un principio parecía propicio, acaba por resultar la máxima expresión de lo funesto. Partículas de tiempo componen ese viento. Y el tiempo puede con todo porque es infinito. En esencia, es una trampa que siempre se descubre tarde -como ocurre con toda buena trampa. Ante ello, no queda otra que aceptar convertirse también en aire, integrándose en el viento. Formar parte de ese mecanismo de devastación, desapareciendo, aunque manteniendo un perfil activo. No en balde el libro termina así: ?Los muertos somos más, dicen ellos a una, y terminaremos ganando?.