El libro que tenemos en nuestras manos rinde homenaje a un edificio, la Escuela de Aparejadores de Madrid, de cuya primera piedra se cumplen ahora sesenta años. Proyectada en 1959 y construida entre 1960 y 1962, la Escuela de Aparejadores marcó el final de una forma de hacer arquitectura en la Ciudad Universitaria madrileña: su disposición sobre el terreno, en paralelo al resto de edificios del área de las artes; su composición, fuertemente horizontal; y su materialidad y lenguaje expresivo, semejantes a la de la cercana Escuela de Arquitectura, responden todavía, en gran medida, al ideal propuesto por Modesto López Otero, arquitecto director de la universitaria, en los años treinta. La mayoría de los edificios que se construyeron poco después en la zona, como el cercano Instituto Nacional de Educación Física, se decantaron por el uso del vocabulario del estilo internacional, con volumetrías más verticales, y acabados propios de la industria del desarrollismo.Los diversos capítulos que componen el libro ilustran el contexto arquitectónico, educativo, industrial y normativo en el que se levantó la escuela, poniendo el énfasis en aspectos técnicos que no se tratan habitualmente en este tipo de monografías. El catálogo de planos y la abundante documentación gráfica recuerdan el rigor con que se definían en la época detalles aparentemente menores de la construcción arquitectónica. Las semblanzas recuerdan a los autores: los arquitectos Pascual Bravo Sanfeliú y Carlos López Romero, que fueron los responsables del proyecto; el ingeniero Eduardo Torroja Miret, que se encargó del diseño de la estructura; y, por supuesto, los aparejadores Manuel Bouso Amor y Teófilo Fernández Martín, que estuvieron al cargo, como era preceptivo en aquel momento, del seguimiento de la construcción. En estos años el edificio ha vivido todo tipo de cambios, a los que ha podido adaptarse satisfactoriamente gracias al diseño inicial basado en grandes espacios sin apenas compartimentación. La calidad de la construcción, por su parte, ha hecho posible que la escuela, conservando casi intactos gran parte de sus acabados originales, haya tenido siempre un magnífico aspecto pese a que hayan pasado por ella, desde su inauguración, una media de 3.000 alumnos anuales. Hoy, sesenta años después de su construcción, la Escuela de Aparejadores de Madrid parece más que dispuesta a seguir vigente.