A través de un detallado estudio de los textos, el libro refuta el relato tradicional que asocia la música como modelo estético al siglo XIX y que postula su sustitución en la Vanguardia por el modelo pictórico. Valores como los de espiritualidad o inmaterialidad fueron cediendo paso a otros que incidían en su condición formalista y autónoma, de modo que a principios del siglo XX el idioma musical se presentaba ante el resto de las disciplinas artísticas como la encarnación más perfecta del ideal antimimético: la música no remitía a otra realidad más que a sí misma, fondo y forma eran uno. Tal naturaleza fue la que inspiró el nacimiento de la abstracción pictórica y es, en cuanto ejemplo de autonomía perfecta en el lenguaje artístico, la que fundamenta el punto de partida de este libro.