¿CÓMO escribir Poesía después de la Poesía? El poeta camina extranjero por un ya desforestado bosque de símbolos, suspendido tan sólo del frágil hilo de su afónica voz que, de algún modo, pretende salvar la insomne Canción, la real fantasmagoría de la Canción. Es verdad: la Alegoría ha muerto, como declara este poemario; pero en su lugar quedan esas enigmáticas ondas de baja frecuencia que pueblan el Universo de Jiménez y que en su mudez dicen el misterio. Jesús Jiménez (Zaragoza, 1970), lo sabe. Por eso, si a su oído izquierdo susurra el demonio de Demócrito, por el derecho susurra el demonio de Valéry desdiciéndose de que el resto sea sólo literatura. Por eso se esmera en hacer del árbol un ataúd para que la deseante imaginación del lector lo reconstruya con todas sus ramas, sus flores y el fulgor de sus frutos. Ciertamente el corazón y la cabeza son enemigos, pero en su disputa arman una extraña música, con el bífido Ángel de Schlegel dirigiendo, en lejanía, la disonante sinfonía de la ironía infinita? Jiménez, como el hilarante Demócrito, conoce la terapéutica del humor, pese a los corrosivos venenos diseminados en su palabra, o precisamente por ello. Poesía desasosegada, inteligente y lúdica, de súbitos juegos de palabra, de quiebres y giros de ritmo, de elaborado y limpio lenguaje que tiende inusitados puentes entre las diversas zonas de la experiencia, haciéndose sorprendente en su mestizaje. Jiménez es el paradójico nada-dor que, con la disolvente materia del tiempo y su rostro más nefasto (la muerte), urde o deja entrever ?acaso a contravía de sí mismo? una sugestiva ?metafísica? de la inmanencia contra la soberanía de la Nada.
RÓMULO BUSTOS AGUIRRE