MI fin hubiera sido el de Alan Turing
o quizá el de Giovanni Sanfratello
en manos de los médicos católicos,
sus comas de insulina
y alguno que otro de sus electroshocks.
Un pequeñoburgués
era mi padre cariñoso
y no hubiera querido ensuciarse las manos.
Controlando al principio
las ganas de estrangular
al hijo degenerado,
habría delegado en convenientes
funcionarios
la defensa de su honor.
«Mi fin hubiera sido el de Alan Tuging»,
FRANCO BUFFONI
ABANDONARSE a la lectura de los poemas de Franco Buffoni es como quien vislumbra entre tanto plumaje blanco a un cisne negro, delicado gesto que une pagana hermosura a una experiencia íntimamente salvaje. Como el ave, los versos del poeta transitan serenos sobre el espejo del agua mientras escarban sin descanso en la profundidad más oscura para mantenerse a flote. Este libro se despliega en nuestro regazo como un moderno atlas donde lo humano se rinde ante la mirada precisa de quien sabe señalar la herida sin tener que nombrarla. Buffoni recoge la brisa de su tiempo con la delicadeza del pájaro que se balancea entre dos elementos: sus palabras son agua y aire, manchan el cuerpo de una forma sutil e invisible, penetran en cada orificio y se quedan dentro, son un runrún interior que alza el río al olor de las glicinias.
Y mientras la memoria acaricia el muslo inmaculado de quien por primera vez coloca la mano en sus versos, se pliega la belleza del poema ante el florecer de un ne- núfar. Un tierno estremecerse.
ÁNGELO NÉSTORE