¿Cómo y por qué un fruto tan pequeño como la aceituna ha generado, y genera, tantas pasiones? El caso es que la historia de la aceituna se remonta, siendo ya símbolo de gloria en la Grecia antigua, a la noche de los tiempos, acompañando las vicisitudes de toda una civilización, que nace en el Mediterráneo y se expande allende mares y océanos.
En 1986 Mort Rosenblum compró una pequeña parcela en la Provenza, donde había olivos abandonados desde la época del Rey Sol en Francia, y consiguió revivirlos, gracias a la ayuda de unos vecinos, cuyos conocimientos acerca del olivo se remontan a Plinio. No es de extrañar, pues, que se haya convertido en un entusiasta de la Olea europaea y de su papel en la historia y la civilización; de su cultivo y comercio; de su lugar en la cocina, en las bibliotecas y en su corazón. Entre los olivareros y los fabricantes de aceite descubrió todo un nuevo mundo lleno de humor y sabiduría.
En su aventura amorosa con la aceituna, recorrió todos los lugares en que ésta ha establecido su imperio: desde Andalucía hasta Tierra Santa; desde las montañas de Marruecos hasta las islas griegas; desde los palacios de la Toscana hasta las viñas californianas y los olvidados olivares del desierto mexicano, sin descuidar los de Bosnia, maltratados por la guerra… Pero no todo fueron alegrías: en el camino, Rosenblum se ha encontrado con conflictos políticos relacionados con los olivos arrancados y destruidos en Israel, con la intervención en Italia de la Mafia en el comercio del aceite, con los olivareros españoles obligados a etiquetar su aceite para que pase por italiano y con los pobres cultivadores tunecinos que almacenan el aceite en botellas de Pepsi Cola. Asimismo, no olvida contarnos la pasión que el olivarero pone en su trabajo mientras recoge a mano la aceituna, sacudiendo las ramas o con la ayuda de un cuerno de cabra.