Cuenta la leyenda, ya que la historia se inhibe, que allá por el año 1200 y algo, cuando los cristianos iban ya por la sexta cruzada, un joven pastor, exaltado los las prédicas de San Bernardo, recorrió el norte de Francia y Alemania diciéndose enviado de Dios y exhortando a los niños para que abandonaran sus casas y partieran a la reconquista del sepulcro de Cristo. Así, según dicen, cincuenta mil niños atravesaron Europa y embarcaron en Marsella hacia la Tierra Santa, adonde nunca llegarían. Parte de los inocentes perecieron en las borrascas del mar, mientras otros fueron vendidos como esclavos, por los mismos que los guiaban, en los mercados de Oriente.
En la Cruzada de los niños, evoca Marcel Schwob este episodio «enorme y delicado». Su lenguaje poético, con toda la tensión romántica, enfatiza la atrocidad de esta trashumancia alucinada y convierte la narración en una fascinante interpretación, candorosa y patética a la vez, de la «ingenua leyenda».