Friedrich Dürrenmatt, en sus diversas facetas de dramaturgo, ensayista y novelista, ha visitado con frecuencia nuestro catálogo. Y, en más de una ocasión, como autor de novelas «negras», género en el cual ha sido un maestro y que le ha permitido ahondar en el alma contradictoria de jueces y criminales.
En La sospecha, publicada por primera vez en 1951, un año después de El juez y su verdugo, Dürrenmatt vuelve a dar vida al obstinado paladín contemporáneo de antiguos valores, el comisario Bärlach, esta vez ya jubilado y enfermo. Pero no por ello flaqueará su pertinaz necesidad de cumplir con la obligación moral de luchar por un mundo mejor, incluso con ese cuerpo lastimoso consumido por el cáncer.
No se trata en La sospecha de descubrir quién es el asesino, sino de saber si el comisario Bärlach conseguirá salir —y cómo— de la trampa en la que ha caído. Tras una operación quirúrgica, que tal vez le alargue un poco más la vida, Bärlach, en su lecho de hospital, lee simbólicamente la revista Life. Una fotografía despierta en su médico la sospecha de que el tristemente célebre doctor Nehle, que practicaba operaciones sin anestesia en el campo de concentración de Stutthof, no es otro que el doctor Emmenberger, director de una clínica privada en Zurich. A partir de ese momento, Bärlach, que tendría todo el derecho de gozar tranquilamente del año que le queda de vida, emprende una arriesgada investigación que le conducirá, a través de una alucinante trayectoria poblada de monstruos, a un desenlace que él jamás pudo imaginar.