A medida que desaparecen muchas especies animales y vegetales, se acrecienta nuestro saber acerca de las relaciones ecológicas que nos unen a ellas. La mitología desplegaba, en la Antigüedad, una lámina protectora sobre tales nexos, pues creía que todo estaba vivo y conectado entre sí por lazos sutiles, y que cada individuo ?desde su hábitat o territorio-, irradiaba señales de conciencia solidaria. Pero, a partir del Renacimiento, con su obsesión por una taxonomía exacta y una objetividad excluyente, los seres humanos nos hemos ido alejando siglo tras siglo de aquello que Goethe, en el XVIII, llamó ?la fantasía sensible viva?, cruce de ciencia y poesía capaz de ofrecernos una imagen integral, sintética del mundo, parte de cuya trama está constituida por nuestra propia mirada. En el cambio de paradigma, en el giro de cosmovisión que estamos viviendo los físicos recurren a los antiguos textos védicos para explicar sus hallazgos, los biólogos redescubren a Hermes Trimegisto y su ley de las correspondencias, los matemáticos hallan en los fractales la reciprocidad morfológica entre lo grande y lo pequeño y los poetas se vuelven hacia la ciencia para rescatar de los laboratorios y los teoremas las nuevas metáforas que actúen como cicatrices interdisciplinarias, pues a mayor profundidad de los abismos gnoseológicos, más indispensable no es la construcción de puentes que nos permitan cruzarlos. El ábaco de las especies es una reflexión polifónica sobre esa convergencia de saberes, mitos, fenómenos y culturas que el final de este siglo nos depara.