"El cuento de invierno" es seguramente la penúltima obra de William Shakespeare. Escrita en pleno apogeo poético de su autor, parece que, con ella, hubiera querido burlarse expresamente de todas las convenciones literarias. Porque, si en sus obras Shakespeare tendió siempre a reunir elementos dispares, en ésta se superó a sí mismo. En ella coexisten fantasía y realismo, tragedia y comedia, corte y campo, nobleza y picaresca, antigüedad griega y modernidad isabelina, y contiene, además, un buen número de curiosidades y prodigios, incluida la presencia escénica de un oso y de una estatua que cobra vida. La acción se desarrolla en dos tiempos con un intervalo de dieciséis años y se alterna entre Sicilia y Bohemia. Inspirada en la tragicomedia romancesca, trata las relaciones entre padres e hijos en una trama de pérdida y recuperación, discordia y reconciliación, en la que intervienen elementos sobrenaturales. Dada la importancia que en todas sus divinas comedias tiene el espectáculo y el tratamiento artístico de sus ingredientes, esta obra se distingue, también, por su carácter experimental y aun vanguardista.