Alrededores de Burdeos, verano de 1894. El pintor simbolista francés Odilon Redon (1840-1916) llega al castillo de Pantenac con el encargo de pintar tres grandes óleos para decorar el comedor. Su propietario, el banquero Levy, acaba de adquirir el inmueble en pública subasta instada por los acreedores de los marqueses, dueños del castillo desde el reinado de Francisco I de Francia. Levy desea que Redon retrate a las tres mujeres más seductoras de la Biblia: Betsabé, Judit y Salomé. En Pantenac, Redon conocerá a Ainhoa Levy, esposa del banquero y pionera de la fotografía, quien pide al pintor que le permita fotografiarlo mientras trabaja en los tres óleos, al objeto de documentar el proceso creativo. Entre ambos se fragua una amistad que Redon, en cartas dirigidas a sus amigos Paul Gauguin y Stephane Mallarmé, no dudará en calificar de «comunión artística». En torno al pintor y la fotógrafa se congrega una estrafalaria galería de personajes secundarios no exentos de ironía: los señores Legrand, mayordomo y ama de llaves del castillo; Lucien Levy, hijo del banquero y poeta maldito; Remigius Altmayer, jesuita ingeniero que habita la cercana parroquia de Saint Nazaire o Jules Lamort, fotógrafo post mortem, junto a otros personajes célebres como el poeta Paul Verlaine, o el novelista André Gide. La acción tiene lugar en el Medoc, región semidesértica a finales del siglo XIX, surcada por viñedos y azotada por los vientos marinos de la desembocadura del Garona que crean un horizonte de dunas y grandes árboles solitarios. Con ecos a la novela gótica y a los biopics de grandes artistas, Ricardo Lladosa escribe una novela sobre los límites del amor y la amistad, o una novela de fantasmas donde el único fantasma verdadero es el arte.