La existencia de un tratado dedicado a cantar las hazañas de las mujeres en un mundo como el griego, que había crecido escuchando las gloriosas gestas de los hombres transmitidas por Homero, puede resultar llamativo. Sin embargo, lo realmente nuevo de este libro es que su autor lo redactara tras haber debatido antes el asunto con una mujer. Plutarco le dedicó La excelencia de las mujeres a su admirada Clea. De ese buen comienzo nació este ensayo, que merece ser leído sin los prejuicios que atribuyen a los griegos de la antigüedad una especial misoginia; de igual manera, su autor merece reconocimiento por haber entendido que la excelencia, las diferentes maneras de manifestarse las variadas virtudes humanas, no entiende de sexos.