A principios de 1959, casi al mismo tiempo que aparecía en Buenos Aires "Cartas para que la alegría", su primer libro de poemas, Calveyra llegó a París. No se quedaría todavía allí de manera permanente (faltaba un año para eso); sin embargo, ese viaje iniciático constituyó un auténtico shock sentimental.
El póstumo "Diario francés. Vivir a través de cristal" es un registro de esos meses, plenos de encuentros, saltos en el tiempo, en una prosa en máxima, aunque serena, tensión con
la poesía. Sobre todo, revela a Calveyra en una época crucial de descubrimiento. Cada hecho es la punta de un ovillo que se devana sin disolver su misterio.