Se diría que los «golosos», descritos como optimistas empedernidos, no tienen ningún problema. ¿Acaso no sea la gula un defecto menor, disculpable? Aunque la religión la entendió como una exagerada afición por la comida, la gula caracterial se puede definir como un orden de valores que pone el placer por encima de todo. Y no extraña a nadie que, en nuestra cultura hedonista, muchos pongan el placer por encima de la justicia, la belleza o la verdad. «Vivimos en una época en que se han apagado los valores —observa Claudio Naranjo— y el estado crítico del mundo lleva a muchos a una ética comparable a la de los náufragos en un bote salvavidas, donde no es raro el canibalismo».
Golosos, tramposos, soñadores y charlatanes, cuarto volumen de la obra Psicología de los eneatipos, describe al E7 y sus subtipos conservación, sexual y social como un conjunto de caracteres que no solo combinan su adicción al placer con su autoindulgencia, sino que los hay pícaros, fantasiosos, lenguaraces e incluso idealistas convencidos de su bondad. Pero, dice Naranjo, «no se engañan menos a sí mismos o a los demás los que pecan de buenismo que aquellos que van de cínicos, malos y egoístas»: todos ellos se caracterizan por su narcisismo e inmodestia.