En 1935, Carmen Conde comenzó una profunda amistad con Katherine Mansfield, fallecida doce años atrás. Las relaciones literarias de los vivos con los muertos pueden ser fructíferas, y a Conde le brindó un conocimiento mayor de sí misma, de sus inquietudes y sus vaivenes íntimos, desde un ejercicio estilísticamente rico e inteligente: Mansfield fue interlocutora y apoyo para abrirse paso en un mundo de hombres. En estas ?Cartas? laten la cotidianeidad y las dudas existenciales, la muerte y las pulsiones suicidas, el gozo de las pequeñas cosas que el mundo ofrece y el misterio de la creación artística: escritas desde la fascinación y la curiosidad, dejando traslucir una complicidad que no entiende de tiempo, distancia ni idioma y que difumina la frontera entre la vida y la muerte.