Litoral, la obra que KRK pone hoy a disposición de los lectores españoles, narra una historia sencilla, pero de hondo significado: Wilfrid, el protagonista, está haciendo el amor con una joven y, justo en el momento del orgasmo, suena el teléfono y recibe la noticia de que su padre, a quien no ha llegado a conocer, ha muerto. A su madre tampoco la había conocido, puesto que había muerto como consecuencia del parto que lo trajo al mundo. Ahí tenemos las señas de identidad de Edipo; es decir, la ausencia de toda seña de identidad. Wilfrid es el niño, en este caso el adolescente, que no sabe quién es y que, como Edipo -o como Segismundo-, va a poner todo su empeño en descubrirlo. Y ser aquí significa pertenecer, el ser individual como lugar de paso de una corriente que viene de muy atrás y proseguirá más allá de nosotros, en la lejanía de los tiempos. El ser individual como una encrucijada donde está uno mismo pero también está el otro.
El padre muerto en el instante del orgasmo de su hijo, la madre muerta y la génesis de la vida, invitan a pensar sobre su sentido mismo, a hacerse las no por tópicas menos esenciales preguntas sobre quiéns soy, de dónde vengo, a dónde voy. Y Wilfrid recorrerá su personal camino para tratar de respondérselas a través de un mundo desolado por la guerra y la violencia atávica.