Una vez más la antigua y bella obsesión del ser humano por la felicidad, es decir: por la salud interior. La filosofía como arte terapéutico. ¿Pero de qué estamos tan perpetuamente enfermos? ¿En qué consiste la anhelada felicidad? En vivir tranquilo, sin ambición, sin mayores deseos. En utilizar el dinero sin deleitarse en él, conservándolo sin inquietud y perdiéndolo sin lamentos. En gobernar las propias pasiones en lugar de ser su esclavo. En no tener miedo, en guiarse siempre por la razón y no llevar a cabo ninguna acción que nos cause remordimiento.
Bueno, esto era al menos lo que pensaba Séneca. Así lo expuso en «Sobre la vida feliz», uno de los textos más importantes de la historia de la ética, un verdadero clásico que abre este volumen y que ha influido en la vida de millones de lectores a lo largo de dos milenios.
Y, sin embargo, no todos estarían de acuerdo con el pensador romano. En la esquina opuesta del cuadrilátero se yergue La Mettrie, filósofo ilustrado y, junto con Epicuro, uno de los más vilipendiados e ignorados de la historia. Entre otras cosas, no le perdonaron que escribiera un texto tan lúcido y demoledor como el que aquí presentamos: «Contra Séneca», una detonación de toda la moral que le precedió y una apertura, con siglo y medio de antelación, de la filosofía con dinamita de Friedrich Nietzsche.
¿En qué consiste la felicidad para La Mettrie? En una disposición estrictamente corporal para el bienestar. Ni alma, ni intelecto. Ni educación, ni cultivo de uno mismo. La felicidad depende de la vida, a veces tan secreta, de nuestros órganos. La felicidad es igualmente accesible para sabios y bobos, prohombres y malvados, humanos y animales: todos los que tengan un cuerpo que naturalmente se incline hacia una alegría constante y ajena al funesto rebullir del pensamiento. No se trata de abolir las acciones que nos causan remordimiento, sino el remordimiento mismo.
Suena la campana, comienza el combate.