Como dice Fernando Ortiz en el prólogo, a Emilio Barón no se le puede tachar de poeta abundoso o precipitado. Este poeta ha ido destilando con sumo cuidado, cincelando a lo largo de muchos años un conjunto de poemas que reúne ahora bajo el título genérico de Los días, los dones. Para referimos a ellos se podría hablar de la influencia del paisaje nativo en su poesía, de cómo se ha demorado en ciertos clásicos del Siglo de Oro español –señaladamente Góngora–. Podríamos destacar que es un entusiasta de los juegos verbales, de los exorcismos irónicos de Corbiere y Laforgue y admirador de la cínica, vaga y cadenciosa ternura de Bécquer, que es la de Girondo, que es la de Gil de Biedma; que encontramos en sus versos también de modo explícito el “dolorido sentir” de Garcilaso, la engalanada soledad gongorina, el noble apartamiento de Femández Andrada, la espléndida desolación eliotiana, el indolente y sureño deje cernudiano ...Pero cuando nos encontramos con un libro de poemas que dice con honda verdad y palabra absolutamente personal y precisa, con mesura y sometimiento del lenguaje al hombre interior que lo rige, sobran las digresiones, sólo cabe leerlos con atención y tratar de vernos nosotros también fijados en ese tiempo que huye irreparable...
En esta nueva edición de Los días, Los dones, Emilio Barón añade tres libros más a los ya publicados en la edición de 2010. Una vez más la reunión de toda la obra concebida como unidad en sus metamorfosis, logra una propuesta artística de alto nivel y de una singularidad extrema en nuestra poesía contemporánea.