Los personajes que pueblan el Michigan rural de los relatos de «Desguace americano» saben reparar coches y lavadoras, saben disparar, saben descuartizar lo que atropellan y saben limpiar lo que cazan; saben también beber, curarse las heridas y cocinar metanfetamina, pero son del todo incapaces de prosperar en la América postindustrial. Entre ellos hay quien aún se dedica a almacenar combustible y munición a la espera del fin del mundo, pero casi todos hace ya tiempo que han renunciado. Ya no se engañan pensando que puede quedar algo rescatable y han optado por el entumecimiento, prefieren ahogarse en alcohol barato y drogas de fabricación casera. Por eso aman y odian de manera extravagante.