El protagonista de esta novela es un traductor. Un especialista en trasladar las palabras de un código a otro. Otro tanto le sucede en la vida: necesita decodificarla para poder entender el mundo. Ama su trabajo, pero de él proviene su problema. Ciertos episodios de la infancia se enredan en su mente en el momento en que se dispone a iniciar una relación de pareja con Marta, precisamente cuando la memoria de su madre, la única persona que podría haberlos decodificado con facilidad, comienza a vaciarse en el vertiginoso abismo de un rápido deterioro.
El hijo habla a su madre plenamente consciente de que no puede esperar respuesta alguna:
«¿Por qué se enfadaba papá contigo, qué escondían vuestras desavenencias? Y no quisiera seguir por ese camino, pero yo no entendía bien vuestro código y me sentía perdido. Tenía que comprender lo que veía, debía traducirlo con arreglo a mi código infantil».
«Yo y mi doble, yo y Fidel hablamos por boca del narrador: una voz dividida en dos de manera aleatoria, sin otro objetivo que el de dar viveza al relato. Como si no fuera suficiente con un punto de vista, elegí dos a la hora de acometer esta narración: dos voces, en lugar de una, para defenderme».
«Pero hay algo que me preocupa más que eso: […] las personas importantes de mi vida no pueden responderme. Papá, porque murió; Marta, porque no quiere saber nada de mí; tú, porque tu consciencia disminuye de manera progresiva. Ninguno de los tres me responderéis: ¡Un poco de respeto!
»Entre otras muchas cosas, escribir da también miedo».