Con veintidós años publica Paul Verlaine su primera entrega lírica, Poemas saturnianos
(1866). El libro mezcla poemas cercanos en la escritura a su fecha de aparición,
junto a otros más tempranos, donde la impronta de Baudelaire, de Hugo o
de Leconte de Lisle, es bien visible. Pero en los poemas finales está ya en sazón el
Verlaine más inconfundible: el poeta refinado, secreto, confidencial, vaporoso y
velado, con ese fondo desazonante y aciago que para él entraña cualquier peripecia
real o imaginada.También con esa música asordinada, acaso la más conmovedora
y conmovida de toda la lírica europea.Y aunque la vena de sátira social siempre
fue secundaria en este autor, aquí figuran poemas muy justicieros y logrados
contra varones hinchados, damas imposibles y hediondos clérigos.
Considerado una de las cumbres de su obra, veintidós breves y homogéneos
poemas componen el segundo libro de Verlaine, Fiestas galantes (1869).Algunos
son casi coetáneos de la fecha de aparición de Poemas saturnianos. Los paisajes
y figuras, tan sugestivos aquéllos como traviesas o desoladas éstas, unos y otras
siempre como borrosos, como fugados. Se introducen y utilizan tipos de la vieja
«Comedia del arte» italiana, de la pintura galante francesa del XVIII, o venecianos
como Tiépolo.Y no trabajo al óleo sino al pastel, la acuarela o la mina de plomo.
El poemario pasó pronto al olvido, del que apenas saldría seis años antes de morir
el poeta. Hoy nos sorprende la sordera de los contemporáneos ante piezas de
eterna lozanía, inspiración y saber lírico como «Claro de luna», «El amor por los
suelos», «En sordina» o «Coloquio sentimental».
Antonio Martínez Sarrión (1939), fuera de su propia obra (poesía, memorialismo
y ensayo) ha publicado ediciones y traducciones de grandes escritores
franceses de todos los tiempos y en todos los géneros literarios, desde Chamfort
a Jaccottet, pasando por Musset, Hugo, Baudelaire, Rimbaud, Leiris, Maulnier,
Camus, Genet o Ionesco.