La imagen contemporánea de Sócrates es fruto de los esfuerzos de Kierkegaard, Scheiermacher, Hegel y Zeller por recuperar su figura histórica tras la evidente manipulación a que es sometida a lo largo de la Ilustración. Sin embargo, la nueva vía abierta por estos estudios pronto desembocará en una amplísima polémica que ha acabado poniendo de manifiesto la propia vigencia del socratismo en tanto que problema que, por irresoluble, no agota su capacidad de dar que pensar. Se ha llegado a sostener que Sócrates es una figura legendaria sobre cuya existencia es imposible ir más allá de la conjeturas.
Hoy la figura y la filosofía de Sócrates interesa más en ciertos ámbitos académicos norteamericanos que en Europa. Entre nosotros parece que está asumida la tesis de que sobre Sócrates está todo dicho y que, por lo tanto, cualquier intento de repensar su filosofía está condenado a la repetición de tal o cual tópico. Sin embargo, no parece posible entender el acta fundacional de la filosofía (entendiendo por tal el 'corpus' platónico) sin preguntarnos por la conmoción que produjo la personalidad de Sócrates y por los sucesivos intentos de conducir su pensamiento más allá de su biografía. En cierta manera podemos entender el conjunto de la filosofía griega del siglo IV como un doble esfuerzo dirigido, en primer lugar, a mantener viva la memoria de Sócrates en lo que en ella hay de germinal y, en segundo lugar, a hacerla fructificar en una nueva Atenas en la que esa filosofía ya germinada pueda librarse de la cicuta. En buena medida seguimos en ello.
Este texto quiere atreverse a repensar el proceso de Sócrates en la medida en que en tal intento la filosofía se formó a sí misma como «transposición» del socratismo.