El pueblo es la fuente de todo poder democrático. Sin embargo, las elecciones no garantizan que un gobierno esté al servicio del interés general ni que vaya a estarlo en el futuro. Por tanto, nos dice Rosanvallon, el veredicto de las urnas no puede ser el único parámetro de la legitimidad de los gobiernos, y los ciudadanos, a menudo defraudados, son cada vez más conscientes de que el poder democrático debe someterse a unos mecanismos de control y validación que contribuyan a hacer realidad la voluntad mayoritaria. Para lograr este objetivo el autor nos explica que el gobierno debe atenerse a un triple imperativo, que consiste en distanciarse de las posiciones partidistas y de los intereses particulares (legitimidad de imparcialidad); tener en cuenta las expresiones plurales del bien común (legitimidad de reflexividad), y reconocer todas las singularidades (legitimidad de proximidad). De ello se deriva el desarrollo de instituciones como las autoridades independientes y los tribunales constitucionales, así como la implantación de una forma de gobernar cada más atenta a los individuos y a las situaciones particulares.
Esta obra nos proporciona las claves para comprender los problemas y las consecuencias de las mutaciones de la democracia en el siglo XXI, planteando los elementos necesarios para mejorar la democracia representativa y proponiéndonos una historia y una teoría de esta necesaria revolución de la legitimidad.