Hay novelas que se deben leer. Porque te cambian, porque se quedan contigo durante mucho tiempo, porque sus personajes se convierten en tus amigos y lo que les sucede pasa a ser de tu incumbencia. Novelas que hacen del mundo un lugar mejor. Historias sobre gente extraordinaria que convierten lo cotidiano en mágico y lo imposible en posible. Son los libros que te llevarías a una isla desierta, que regalarías a tus amigos o que querrías que tus hijos leyeran. La niña de los tres nombres es una de esas novelas.
En ella encontrarás personajes inolvidables y, sobretodo, conocerás a Lieneke, una niña de nueve años muy, muy especial, y a su padre, un hombre divertido, sensible e inteligente que durante dos años realmente difíciles le mandó unas cartas tan maravillosas que hoy están en un museo y millones de personas las admiran. Y es que Lieneke y su padre existieron en realidad. Y su cartas están reproducidas en las páginas de esta novela. Un legado de optimismo y sutileza del que todavía hoy podemos aprender todos.
La niña de los tres nombres es todo esto, y todavía un poco más. Es un libro entre un millón.