Un comisario con la cara desmoronada. Un asistente universitario penetrante como un taladro, sobre el que se cierne la sombra del amo de la cátedra. Un psiquiatra a la deriva incapaz de asomarse al interior de las cabezas de los enfermos. Dos hermanas de vidas entrelazadas en lo más profundo. Y por encima de todo, el cuerpo. Las acciones del cuerpo y las consecuencias de esas acciones. Con la «cáscara que les ha sido asignada» echan cuentas los personajes de esta novela. Y hay quien cree que es honrado y decente revestir su propia cáscara con ajustadas ropas de pata de gallo gris, como el meteorólogo Ugolino Stramini, figura central de esta historia, quien se inventa una climatología social enteramente suya. Leyes del cuerpo y leyes del clima. Al clima y a pulsiones bestiales parece estar unida la serie de delitos que forma esta historia. Una historia visceral que nos habla de lo corpóreo, algo mantenido oculto incluso por el Dante del Infierno, pero hallado entre las hojas amarillentas de un antiguo manuscrito: un canto censurado de la Divina Comedia sobre el pecado de la loca bestialidad. Como escenario, una ciudad impasible y sin nombre, construida sobre dos colinas que van declinando hacia el mar.