Con Eureka Street (Andanzas 368) dimos a conocer en lengua española el año pasado a Robert McLiam Wilson, un autor al que, vaya a donde vaya, le rodea un provocador halo de inconformismo y buen humor, y que escribe para «provocar compasión por las víctimas del siglo XX: los pobres, los ignorantes y los enfermos. Si no se escribe ficción con piedad y comprensión, la literatura se convierte en un ejercicio de autoindulgencia y egoísmo». Ripley Bogle, su primera novela, escrita a los veintidós años, no pasó inadvertida entre la crítica, pues, por su estilo lleno de fuerza y lirismo, y sus piruetas lingüísticas, fue galardonada con el Rooney Prize, el Hughes Prize, el Betty Trask Prize y el Irish Book Award, y supo ganarse al público, seducido por ese protagonista atípico, brillante y encantador, arrogante y apasionado, «capaz de hacer reír tres veces por página». «Tengo veintiún años, mi nombre es Ripley Bogle y mis pasatiempos son morirme de hambre, morirme de frío y llorar histéricamente». Así se presenta el antihéroe de esta novela, un vagabundo norirlandés que abandona sus estudios en Cambridge y que durante cuatro gélidos días de junio deambula por Londres mientras nos cuenta, sin compasión alguna por nada ni nadie, la historia de su vida. Desde su infancia miserable en un Belfast teñido de violencia, donde ve morir a víctimas del terrorismo, hasta su juventud no menos infausta, en la que es testigo de cómo su primera novia está a punto de morir a consecuencia de un aborto. Atrapado en una espiral de alcoholismo e indigencia, Ripley se marcha a Inglaterra para huir del terror y de sus propios fantasmas, y allí alimenta su autodestrucción a pesar de su caústica y sorprendente inteligencia y de sus voraces lecturas.