«Empiezas un cuento de Saki y lo acabas. Acabas uno y tienes que empezar otro, y cuando los acabas ya nunca los olvidas. Siguen siendo adictivos porque superan con creces la simple diversión. La risa se combina con una sensación de salvajismo, el ingenio urbano con el panteísmo, y el completo desprecio por la moralidad con el idealismo, de modo que salimos de ellos con la perturbadora sensación de que hemos participado en un canto al instinto desnudo e inteligente. La civilización se ha visto derrocada y sustituida por una extraña supernaturaleza, y toda esa adoración del instinto nos llega de un modo tanto más contundente por cuanto surge del decorado de una reunión en una casa de campo, un té vespertino y todas las veneradas convenciones de la sociedad eduardiana.» Tom Sharpe