Suena el «viento armado» en la perplejidad de un hombre que se acaba de divorciar y nos pone en la pista de su menosprecio por la mujer que ha sido su compañera y el alma auténtica de su familia. Su miseria queda al descubierto a medida que confiesa con naturalidad las humillaciones en las que basó su relación, lo que nos pone en guardia sobre los mecanismos psicológicos y de poder que explican la plaga de maltratadores que sufrimos. Corre el «viento armado» en la conversación de un niño con su abuela sobre los juguetes bélicos, con la guerra de Irak de fondo. «¿Por eso no quieres que juguemos con pistolas, aunque las hayamos hecho con trozos de madera?», pregunta él, y aclara ella: «Si haces el gesto de matar para jugar, quizá algún día no te parecerá grave hacerlo para matar de verdad.»