Carmen Martín Gaite solía decir que no importaban los años que tuviese un autor, una autora: siempre debía intentar que su última novela fuera mejor que la anterior y, cuando creyese que no iba a lograrlo, debía dejar de escribir. Martín Gaite cumplía su palabra y si se internó por las páginas de Los parentescos fue, sin duda, porque esperaba escribir la mejor de sus novelas. Todo indica que así hubiera sido, todo indica, de algún modo, que así es, pues los veintiún capítulos que llegó a terminar constituyen una indagación extraordinaria sobre el origen del carácter y son quizá las mejores páginas que hayamos leído sobre los nuevos parentescos fruto de las nuevas relaciones sociales.
Baltasar, un niño que atravesará varias edades a lo largo de la novela, trata de hacerse un hueco, su propio hueco en la casa familiar, allí donde conviven su madre, sus tres medio hermanos, su padre cuando aparece, la criada Fuencisla que busca con desesperación una vida propia y, en el piso de arriba adonde se llega a través de una puerta disimulada por un tapiz, los abuelos de sus hermanos. Baltasar, Baltita, guardará silencio hasta los cuatro años. Sólo después de asistir a una función de títeres, sólo después de comprender el papel de la ficción en la vida de las personas, se atreverá a tomar la palabra, y Baltita irá viendo los quiebros que da la vida de sus hermanos, de sus padres, de Fuencisla, irá penetrando en el juego de las transformaciones, allí donde a veces mister Hyde consigue imponer su voluntad al doctor Jekyll, y otras veces es una libélula bondadosa quien se adentra en el alma de las personas.
Con sentido del humor y también con un sorprendente sentido de lo oscuro, de lo difícil, de lo terrible, con su dominio magistral del tiempo y de la voz narradora en el relato, con el exacto conocimiento de los enlaces que unen las acciones de las personas, Martín Gaite estaba escribiendo una novela impresionante, y aunque la muerte le impidiera llegar a su final, en aquello que sí escribió está librado ya el combate entre la luz y lo sombrío, ese enfrentamiento entre el oscurantismo y la voluntad de alegría que ha estado presente en otras novelas de la autora, pero que aquí nos estremece con una potencia deslumbradora.