El testimonio de Razgón de los diecisiete años que llegó a pasar en campos de trabajo, entre 1938 y 1955, se caracteriza por su moderna estructura fragmentaria, por su narración chejoviana, por su "yo" poco intruso que aspira menos a reconstruir la propia experiencia que a recordar la vida de quienes cayeron en el olvido, transformados en "polvo anónimo de Gulag".