Los neandertales han atraído la atención popular desde hace mucho tiempo. Se parecían tanto a nosotros, los Homo sapiens, y sin embargo desaparecieron. ¿Por qué? La respuesta tradicional es que “nosotros éramos mejores”, más capaces, y que terminamos desplazándolos a asentamientos de mala calidad, o acaso eliminándoles violentamente. Sin embargo, no está claro qué sucedió, entre otras razones porque resulta que no sólo eran fuertes sino que su cerebro era grande, incluso mayor que el nuestro; de hecho, probablemente podían hablar y eran muy adaptables, características éstas que habitualmente se han adjudicado en exclusiva a los sapiens. En El sueño del neandertal, Clive Finlayson, en cuyo currículum se encuentra el haber realizado excavaciones en la Cueva de Gorham (Gibraltar), el último asentamiento conocido de los neandertales, explica por qué nosotros sobrevivimos y los neandertales no, de una forma tan novedosa y rigurosa como fascinante: recurriendo a elementos hasta ahora no utilizados en este dominio, como son los drásticos cambios climáticos que azotaron partes del mundo en que vivían los neandertales hace 70.000 años y que diezmaron y fragmentaron su mundo. En realidad, argumenta Finlayson, si nosotros sobrevivimos fue por una combinación de capacidad y suerte: porque estuvimos en los lugares adecuados en los momentos oportunos.