La mañana del 13 de agosto de 1961, los berlineses del este y el oeste amanecieron separados de sus
familias, amigos y puestos de trabajo por una maraña de alambre de púas, que a los pocos días se fue transformando en
un muro de más de cien kilómetros de largo, con trescientas torres de vigilancia en las que soldados apostados tenían
órdenes de disparar a matar contra cualquiera que tratara de superarlo. Lo mandó levantar Walter Ulbricht, alcalde del
Berlín Oriental, para frenar el incesante flujo de berlineses que buscaban mejores oportunidades laborales en el lado
occidental y huían de la economía dirigida y de la Stasi. Pocos se hubieran aventurado a pronosticar entonces que aquel
muro se mantendría erguido durante veintiocho años, hasta 1989. Símbolo y concreción de la división del mundo de
posguerra, fue un tablero de ajedrez de una partida disputada desde Moscú y Washington.