George Weller, que ganó el Premio Pulitzer en 1943, fue el primer observador que, disfrazado como coronel norteamericano, pudo entrar en Nagasaki y documentar los efectos de la bomba atómica. De allí marchó a los campos de prisioneros aliados, donde seguían los guardianes japoneses y los presos ignoraban que la guerra había acabado, para recoger los testimonios de su explotación y de sus sufrimientos. El general MacArthur, que no deseaba que nada de esto se conociese , destruyó las crónicas de Weller, que falleció en 2002, convencido de que estaban perdidas. A su muerte, sin embargo, su hijo encontró en un cajón las copias en papel carbón de las crónicas prohibidas, así como un impresionante relato de los viajes de los prisioneros en los «buques del infierno» japoneses, que aparece aquí por primera vez en su integridad. «Este es un libro importante», ha dichoWalter Cronkite, «hay mucho en él que nunca supimos» y que conviene recordar en estos tiempos de una nueva guerra.