Una de las primeras tareas de la nueva Organización de Naciones Unidas fue establecer una Declaración Universal de Derechos Humanos como norma suprema de convivencia, para que fuera aceptada, respetada y puesta en práctica en todo el planeta. El 10 de diciembre de 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue aprobada mayoritariamente por los países miembros de la ONU, pero no pasó de ser una mera carta de intenciones que apelaba a la buena voluntad de los Estados para que se cumpliera en un momento especialmente crítico para la comunidad internacional. Por si esto fuera poco, el texto final de la Declaración Universal de los Derechos Humanos no recibió el apoyo de los países socialistas (la Unión Soviética -con Ucrania y Bielorrusia-, Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia), que se abstuvieron. En realidad, este comportamiento demostraba las auténticas intenciones del bloque comunista en el campo de los derechos humanos: silenciarlos, despreciarlos y violarlos sistemáticamente.