La mayoría de números se comportan de acuerdo a reglas sencillas y claras. Por el contrario, los números
primos son un auténtico incordio: aparecen donde quieren, sin previo aviso, de forma aparentemente caótica y sin seguir
ningún tipo de pauta. Y lo peor de todo es que no podemos ignorarlos: son la esencia de la aritmética y, hasta cierto
punto, de toda la matemática. Los números primos tienen algo de virus maléfico, que cuando ataca la mente de un
matemático difícilmente lo dejará vivir tranquilo. Euclides, Fermat, Euler, Gauss, Riemann, Ramanujan... con algunos de
los genios que cayeron en sus redes y sucumbieron a la obsesión de encontrar una "fórmula mágica", una regla de
formación que decidiera cuál es el número primo que sigue a un número cualquiera. Y sin embargo, ninguno lo consiguió.