Los griegos no vivían en un mágico aislamiento de los demás pueblos mediterráneos y, al llevar a cabo sus
empresas militares o comerciales, pudieron tomar de aquí y de allá leyendas o técnicas. Con todo, sus deudas con los
demás pueblos son pocas, y mucho menos importantes que el empleo que de ellos hicieron o las innovaciones que
introdujeron. Desde los primeros versos que nos quedan de ellos hasta las últimas producciones del paganismo, unos doce
siglos después, imprimieron un sello inconfundible a su arte de la palabra. Los griegos obraron siempre en la creencia
de que la literatura tenía la capacidad de encantar los oídos de los hombres. La versión castellana que aquí
presentamos es de Luis Gil, uno de nuestros más reputados helenistas.