Está fuera de duda que el romanticismo español tienta en muy corta medida a nuestros investigadores y
críticos literarios. Henry Remak, al hacer balance de los estudios sobre el romanticismo europeo durante las dos
últimas décadas, señala en primer lugar la hipertrofia de su volumen, hasta el punto de que renuncia incluso a recoger
buen número de importantes publicaciones; sólo puede ofrecer - advierte - ejemplos de las directrices capitales. Pero
de semejante plétora está ausente, de modo casi total, la aportación de nuestra crítica no sólo ajena a los grandes
problemas y a los autores europeos de universal repercusión, sino incluso a los más inmediatos de romanticismo
doméstico (con muy contadas excepciones: Espronceda, Larra, Bécquer; este último con abultada preferencia). Claro está
que no faltan los estudios menores - artículos y prólogos a ediciones de obras sueltas, estimuladas comúnmente por
necesidades pedagógicas o requeridas por colecciones de divulgación-; pero nada existe que pueda compararse con la
fértil atención que, a críticos de todas las lenguas, sigue mereciendo el romanticismo inglés, alemán, francés y ruso,
o incluso el italiano, no sólo de sus autores, sino a propósito de los problemas fundamentales que atañen a la génesis,
desarrollo, transcendencia y significación de dicho movimiento en la vida de la cultura europea.